
Lo que debía ser una intensa definición deportiva terminó siendo una pesadilla. El partido de vuelta por los octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente y Universidad de Chile fue suspendido y posteriormente cancelado tras desatarse una batalla campal en las tribunas del Estadio Libertadores de América, en Avellaneda.
El momento en que todo explotó
La tensión había estado presente desde el primer tiempo. Los hinchas chilenos en la tribuna sur alta empezaron a lanzar butacas, ladrillos y hasta sanitarios improvisados como proyectiles hacia la hinchada local. Al reanudarse el segundo tiempo —cuando el marcador estaba 1-1— la violencia escaló sin control: comenzaron incendios, lanzamiento de fuegos de estruendo y objetos contundentes.
Apenas iniciado el segundo tiempo, el árbitro suspendió de inmediato el partido por falta de garantías de seguridad. Pero lo peor vino después: hinchas de Independiente irrumpieron en el sector visitante y atacaron brutalmente a los chilenos, muchos desarmados. Golpes, persecuciones, desnudamientos y choques violentos se replicaron entre gente descontrolada. Algunos hinchas chilenos, desesperados, saltaron desde las gradas en busca de una salida, y varios cayeron al vacío seriamente heridos.
Impacto humano: heridos, detenidos y conmoción
El saldo fue alarmante:
- 19 personas resultaron heridas de gravedad, algunas en estado crítico;
- 111 hinchas fueron detenidos, la mayoría de la U de Chile;
- El entorno sufre por el drama humano que superó cualquier color político o tribuna.
La escena fue tan brutal que medios en Europa hablaron de una «masacre en Avellaneda». Desde el momento del caos, el presidente chileno se pronunció, calificando la organización del partido como “evidente irresponsabilidad” y activando asistencia diplomática para los heridos y los detenidos.
Consecuencias deportivas inmediatas
Conmebol anuló el partido y anunció sanciones drásticas: ambos clubes están expulsados de la Copa Sudamericana 2026 y 2027. Además, el Estadio Libertadores de América fue cerrado temporalmente ante los bochornosos incidentes. Como resultado, Alianza Lima avanzó directamente a semifinales.
Un reflejo amargo: lo que no fue fútbol
Esto no fue una revancha deportiva; fue una batalla olvidada por la seguridad y el civismo. Testigos describieron escenas escalofriantes: hinchas despojados, hinchas saltando por miedo, incluso ataque con palos y barras. La policía, tejida de críticas por su inacción, quedó expuesta frente a la opinión pública sudamericana.
Reflexión final
El fútbol es pasión, no violencia. El horror visto en Avellaneda obliga a una reflexión urgente: protocolos y supervisión no pueden quedar solo en papeles. Cada partido debe ser un espacio protegido, no un campo de guerra.
Hoy las gradas no fueron un escenario de apoyo sino de brutalidad. Lo ocurrido debe servir como punto de inflexión para romper con el credo tristemente extendido de que «la barra» es inviable de controlar. Si el fútbol pierde el control, pierde la esencia que lo hace vibrar.








