
La relación entre Estados Unidos y Venezuela acaba de escalar en proporciones dramáticas. Este lunes, la administración de Donald Trump ordenó el envío de tres destructores de misiles guiados (USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson), junto con submarinos, aviones y aproximadamente 4,000 marinos, hacia aguas cercanas a Venezuela. La misión, de duración estimada de varios meses, busca presionar a los cárteles de droga que Washington ha acusado de ser organizaciones terroristas internacionales.
Un movimiento con fondo de narco-terror
El gobierno de EE.UU. ha catalogado a bandas como el Tren de Aragua, MS-13 en El Salvador y el Cártel de los Soles de Venezuela como organizaciones terroristas globales, y lanzó una recompensa de 50 millones de dólares por Nicolás Maduro, acusado de liderar redes narco-criminales que exportan opioides como el fentanilo. Este despliegue militar forma parte de una estrategia integral que incluye inteligencia aérea, vigilancia marítima y naval, con acciones preparadas para atacar si así se decide.
La respuesta del gobierno venezolano: milicias masivas en defensa nacional
Ante lo que calificó como una amenaza imperial, Nicolás Maduro anunció sin rodeos un plan especial de defensa, movilizando a 4.5 millones de milicianos en todo el territorio. La Milicia Nacional Bolivariana —heredada de Hugo Chávez— sería reforzada y desplegada para garantizar la soberanía del país.
Venezuela ha enmarcado esta medida como una afirmación de independencia y resistencia al intervencionismo: «Rifles y misiles para la fuerza rural», expresó Maduro, mientras ministros como Padrino López y Diosdado Cabello acusaron a la DEA de convertirse en el verdadero cartel.
Desarrollo del conflicto: ¿hacia dónde vamos?
Dilemas diplomáticos y estratégicos
- EE.UU. busca desmantelar rutas de narcotráfico que considera una amenaza directa para la seguridad nacional.
- Venezuela defiende su actuación como legítima ante lo que percibe como una agresión explícita a su integridad territorial.
- Esta confrontación abre interrogantes sobre la escalada militar, el riesgo de un choque accidental y el impacto en la estabilidad regional.
Consecuencias inmediatas
- Aumenta la tensión política y militar en América Latina, con aliados de ambos lados tomando posiciones claras.
- La militarización del Caribe intensifica temas como migración, control de rutas marítimas y posibles sanciones económicas.
- El despliegue y la respuesta generan una narrativa polarizada que podría alterar negociaciones ya en curso en el continente.
Contexto histórico: una tensión persistente
Este episodio no surge de la nada. A lo largo de los últimos años, Trump utilizó herramientas de sanción, reconocimiento político y retórica agresiva contra Maduro, sin descartar en público escenarios militares. La calificación como narco-dictador y las sanciones económicas han marcado una agenda clara de confrontación.
Por su parte, Venezuela ha reforzado sus milicias y expandido su presencia militar desde tiempos anteriores, sobre todo en zonas fronterizas y estratégicas, como evidencia el reciente despliegue de tropas en la base de Ankoko, en la frontera con Guyana.
Nos encontramos en una nueva etapa de tensión aguda entre EE.UU. y Venezuela, donde la guerra fría resurge con buques de guerra por un lado y milicianos profusamente armados por el otro. El Caribe se convierte en escenario principal de un duelo de fuerza, poder y narrativa internacional.
¿Cómo evitar que estas tensiones deriven en choque militar real? ¿Será posible un canal de diálogo que baje la temperatura política sin renunciar a los objetivos de seguridad? Estos días definitorios podrían ser el punto de partida de un rumbo más equilibrado o, lamentablemente, de un conflicto prolongado.








